El diablo
Dramatización de un hecho real
por José Fabio Esquivel
Gilberto es un hombre rústico y formado en las duras labores del campo, de cuerpo fibroso y cara tostada por el sol. Su naturaleza es inquisitiva y no conforme con explicaciones a la medida de las masas. Leyó de niño a Verne y a Salgari, que halló en la biblioteca escolar, historias de piratas y exploradores a las que siguieron en su adolescencia inquietudes más filosóficas, con Nietzsche a la cabeza, que fundamentaron su goce en negarlo todo. Fue cuando despuntó su madurez, cruzados los treinta, que olvidó el conflicto entre razón y fe que había atormentado sus años de juventud. Luego, cuando atisbó la muerte en las primeras canas y adquirió mayor gravedad, halló en Krishnamurti y Gurdjieff la sabiduría para hacer las paces con el universo. Con la misma pasión y constancia, en un contrapunto que siempre me intrigó pero hace justicia a su naturaleza, es devoto del sexo femenino, tuvo una curiosa variedad de aventuras, pero desapegadas y alardeando de una libertad sospechosa de evasión. Lo conocí en su etapa más reposada, cuando el azar nos hizo coincidir en estudios filosóficos que ninguno de los dos llegaría a concluir, pues éramos inquietos, y en el fondo ajenos a la seca Academia. Pero la historia que a continuación voy a narrar, se ubica en su juventud, cuando era insolente y se reía de los temas de la fe que le parecían cosa de niños y bobos.
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